El artista sabe lo que hace, pero para que merezca la pena debe saltar esa barrera y hacer lo que no sabe.
Eduardo Chillida es uno de los escultores más importantes e influyentes del siglo XX. Nacido en 1924 en San Sebastián, se traslada a Madrid para estudiar Arquitectura. En 1947 decide abandonar sus estudios y entra en el Círculo de Bellas Artes, donde se dedica a la escultura y el dibujo.
Tras instalarse en Hernani en el año 1951, Chillida abandona la figuración y comienza a investigar el uso y la forma de materiales de herencia industrial, como el acero y el hierro. Los numerosos viajes que realiza a Italia durante los años 60 son importantes para Chillida, ya que se despierta en él un interés por la arquitectura y la interacción entre la luz y el espacio. En estos años Chillida empieza a trabajar el alabastro, un material que destaca por sus cualidades traslúcidas y lumínicas.
Además, Eduardo Chillida realizó una gran cantidad de obra sobre papel, técnica que le permitió investigar la forma y la línea. A parte de dibujos, aguafuertes, xilografías, litografías, serigrafías, puntas secas y aguatinta, su técnica de referencia es la usada para la serie Gravitaciones, relieves en papel donde elimina el adhesivo del collage y suspende a la obra en el espacio.
El gran reconocimiento de la obra de Chillida le llevó a recibir múltiples encargos para obra pública monumental: El peine del viento en San Sebastián, Gure Aitaren Etxea en Guernica, La casa de Goethe en Frankfurt, El monumento a la Tolerancia en Sevilla, El elogio del horizonte en Gijón, la escultura Berlín en la Cancillería Federal de Berlín… Sobre su obra han escrito arquitectos, matemáticos, filósofos como Martín Heidegger y Emile Cioran y poetas como Octavio Paz. Este sentir del artista, esta búsqueda de espacio interior, culminaría en el proyecto de la montaña de Tindaya en Canarias, que nunca logró realizar.